domingo, 28 de febrero de 2010

Madrid

Madrugón. Vueling. Metro hasta Gran Vía, bajar por Montera hasta Sol (Gallardón, querías copiar a Mitterrand, pero te ha quedado pequeño y feo), hostal. Desayuno malo en cafetería bonita. Compras en Preciados. Las dependientas de H&M de Madrid no son modernas.
Camino de la Latina, plaza de Santa Ana, Tirso de Molina, mercado de la Cebada. Primeras ansiadas cañas, mal tiradas. Eso sí, las croquetas divinas.
La ruta por la Cava Baja culmina en la Chata, con cañas que merecen todos los elogios y huevos rotos que, aun siendo con patata cocida en vez de frita, hacen que los pidamos tres veces.
Siesta.
Chueca, bar del que nunca recuerdo el nombre, pero no tiene pérdida. Cañas gloriosas. Después, aperitivo en el ¿Cockpit? y a cenar al barrio de Salamanca, tapeo para más de treinta, se celebran tres cumpleaños: Walkiria, Barón y Baronesa.
Antes de la una estamos en el Truman (¿antes Capote? se sigue llamando Capote y es Truman según los djs?). Sabíamos a lo que íbamos, pero cualquier expectativa quedó corta. El dj se marcó una sesión perfecta, que para mí es la que mezcla canciones desconocidas con grandes jits de todos los tiempos. Conseguimos cd casi todos, le dejamos sin, y nos puso todo lo que le pedimos. Lo pasó tan bien él como nosotros.
Dispersión. Hay quien va a La Noche, otros, otras, Honky Tonk, otros marean la perdiz para acabar en el hostal. Llevo 24 horas de pié, salvo la hora y media en horizontal de la siesta.
Despertador a las once. Ducha coordinada con los vecinos de habitación (por suerte todo queda en familia) para no quedarnos sin agua caliente.
Desayuno en plaza Santa Ana y paseo hasta la Bola. Cocido. Revive a cualquiera. Café en el Real, la tarta de zanahoria sigue tan buena como hace ocho años.
Paseo hasta el Caixa Fórum, expo de Barceló. Cuadros que no me dicen nada, cuadros que me dicen no me mires más, no te gusto, y otros que me retienen delante cinco minutos. A partes iguales.
Acabamos el fin de semana en el café del Círculo de Bellas Artes, donde nos toca el camarero empanao: tarda veinte minutos de reloj en venir a tomarnos nota, nos trae los poleos sin poleo, las pulgas de jamón dies minutos más tarde y las vueltas vamos a buscarlas a la barra, o perdemos el avión.
No lo perdemos, y llega puntual, taxi compartido y cada mochuelo a su olivo.
Hay que ir más a menudo a Madrid.

No hay comentarios: